Por qué ‘Tres Años’.
Hay historias que podrían ser contadas, historias a las que les gustaría ser contadas, historias que nunca deberían contarse e historias que deben ser contadas (algo así como de «obligada lectura»). Yo creo que Tres Años DEBE ser contada, y lo digo por lo siguiente:

Para los que no sois habituales al Espacio Guindalera os explico que una vez terminadas las representaciones, los actores, aún caracterizados y vestidos, salíamos al hall del teatro para degustar un licor de guindas, con la excusa de tener un encuentro más cercano con el público y compartir impresiones. De entre las muchas muestras de cariño y gratitud que recibíamos por parte del respetable, yo tengo instaladas en mi memoria dos de ellas especialmente. La primera fue la de una mujer. Estaba poniéndose el abrigo dispuesta a salir a la calle. Cuando me acerqué a ella para brindar y agradecerle su visita, se percató de mi llegada y empezó a hacer enérgicos aspavientos con una expresión en el rostro que parecía reflejar la revelación de un acontecimiento sin igual, y me dijo: «… me ha encantado la función, gracias de verdad, enhorabuena, pero ahora mismo no puedo hablar… me tengo que ir… ¡¡debo hablar urgentemente con mi marido!!»
La segunda es la de un hombre mayor que al girarse, y ver que me tenía delante, congeló el instante unos segundos. Después me dio un abrazo a través de un impulso cariñoso y lo mantuvo largo rato. Deshizo el abrazo, me miró directamente a los ojos y entonces comprobé que en los suyos perleaban unas lágrimas. Sonrió, dio media vuelta y sin decir ni una sola palabra se marchó.
Estas dos reacciones me sobrecogieron e hicieron que reflexionara bastante sobre el impacto que ejercía esta historia en la gente. Por lo que cuenta, algo tan sencillo y tan complejo al mismo tiempo, tan hermoso y tan cruel, tan verdadero y tan irreal, tan humano, tan vital, tan eterno y tan perecedero. A los de mi entorno teatral nos gusta decir que aunque sólo sea una persona del público a la que le ha interesado la función, sólo por esa persona ya mereció la pena la representación. Pues por esas dos reacciones, entre otras muchas (la mayoría por no decir todas) y que no tenían un patrón fijo de edad, por mi deseo de enredar entre los cables de un rodaje, por las posibilidades cinematográficas reales que la historia contiene y por cierto homenaje que, hacia qué o quien, no es el momento de desvelar, me decidí a imaginar una adaptación para la gran pantalla desde la cual Tres Años , en mi opinión, DEBE ser contada.
Creo que aquí, en España, se hace buen cine, malo y regular como en casi todo los sitios. Creo firmemente en el potencial y el talento que contiene este, por momentos, alocado país. Y también creo firmemente que Tres Años se parece bien poco a lo que ofrecen las salas españolas en lo que a producción nacional se refiere. Y creo también que, en cierto sentido, es una propuesta arriesgada y muy diferente a lo que habitualmente se produce aquí. Puede que no sea algo nuevo fuera de aquí, pero sí arriesgado y diferente dentro de aquí. Y desde aquí os digo que no me resulta fácil clasificar el genero cinematográfico al que pertenece Tres Años. Tres Años es Tres Años. Que cada uno la clasifique donde quiera cuando la vea. Para mí es única, como lo son mis perros o para cada uno su propia familia. Dicho riesgo solo se lo pueden permitir unos pocos, normalmente directores consagrados, así que a ver cómo lo hacemos. Por otra parte también creo que para la buena salud de una cartelera debe haber un poco de todo y en su justa medida. Y creo que tampoco se trata de tener que ser innovadores y arriesgados por norma, yo creo que se trata de contar historias por necesidad. Y por eso Tres Años DEBE ser contada.

Tres Años contiene un montonazo de miradas sinceras, perplejas, asombradas y emocionadas detrás de una experiencia teatral única. Una experiencia elaborada con mimo y dedicación a través de un proceso de creación conjunto. Ese proceso tan arraigado a la manera de entender esta profesión en el Espacio Guindalera, y tan imposible de realizar en algunos campos, sobre todo, por motivos ineludiblemente comprensibles, en determinados tipos de ficciones televisivas. Pero también un proceso cimentado en la creencia de unos principios y compromisos difíciles de mantener en un mundo fagocitado por lo vulgar, lo banal y lo superfluo, inmerso en la obsesión por estrellato y la fama exprés a través de incontrolables deseos, exentos de escrúpulos, por ser «prentin pontic» , hacerse «millonencer» y conseguir ser «famosoruber» porque sí; Vaya por delante que no tengo nada en contra de las nuevas tecnologías y redes sociales, todo lo contrario, pero siempre y cuando no se nos vayan de las manos y hagamos un uso responsable e higiénico de ellas, claro está. Tampoco tengo nada en contra de ambicionar tener éxito en lo que hagas, siempre y cunado lo que hagas sea para que su éxito te haga tener ambiciones y no te convierta en un ambicioso.
Un «proceso de creación activa» es, simplificando, detenerse en el análisis del texto escrito, para comprenderlo conceptual y emocionalmente, en su más amplia gama de matices, e integrarlo orgánicamente desde la individualidad del actor. Probar y experimentar a través del ensayo, sin miedo a equivocarse, e ir poco a poco construyendo la escena. Hablar de «proceso de creación activa» en determinados medios es como calentar las puntas, estirar las ingles, ensayar el demi plie o el salto del cisne antes de un combate de boxeo. Una marcianada. Una marcianada, por otra parte, en un mundo atiborrado de sin sentidos. De inconsistencias. De comportamientos estúpidos. De interesados e interesadas. De corruptos y corruptas, de mafiosos y mafiosas, de chorizos y morcillas y de horteras y horteros, directamente ligados, todos, a la intolerable y condenada violencia. Una violencia, la real, que para algunos energúmenos es motivo de diversión y para otros un sistema de convivencia. Para mi es una aberración incomprensible que me llena de indignación y tristeza.
Tres Años contiene un amor necesario y olvidado, contiene el asombroso poder de conectar con nuestra parte más humana, entrañablemente humana, sin necesidad de recrear grandes circunstancias extraordinarias, conflictos enrevesados, ni personajes psicológicamente retorcidos o especialmente complejos. Es en su brutal sencillez donde reside su impacto. Un impacto que tiene consecuencias aleccionadoras, humildes, honestamente necesarias y rebosantes de cariñosa lucidez. Consecuencias que nos reconcilian con nuestra propia condición y ayudan bastante, desde mi punto de vista, a hacer de este mundo un lugar mejor. Y por eso Tres Años DEBE ser contada.